Bjørn Lomborg (Frederiksberg, Dinamarca, 1965) protagonizó una enorme polémica hace unos años con su libro “El ecologista escéptico”, al cuestionar los principales postulados de las organizaciones ecologistas mediante estadísticas basadas en estudios científicos. Las críticas desde diversos ámbitos del ecologismo, la ciencia o la política no se hicieron esperar. Por ejemplo, Greenpeace llegó incluso a negar la antigua pertenencia de Lomborg a esta asociación, y un grupo de científicos le denunció al Comité Danés sobre Deshonestidad Científica, el cual emitió un fallo definitivo rechazando las quejas presentadas.
En cualquier caso, el debate generado por este profesor de la Escuela de Negocios de Copenhague le ha servido para hacer llegar a la opinión pública una visión crítica de los temas medioambientales, y para convertirse en una de las “50 estrellas de Europa” según la revista BussinessWeek o una de las “100 personas más influyentes del 2004″ según la revista Time. Lomborg acaba de publicar el libro “Cool It”, “una guía medioambiental escéptica para el cambio climático”, (traducido al español y publicado por la editorial Espasa), y que tampoco dejará a nadie indiferente.
¿Cuáles son las principales conclusiones de su último libro?
Necesitamos una visión más realista del impacto del cambio climático. Se está hablando de que es inminente y dramático, pero no es así. Por ejemplo, Al Gore afirma que el nivel del mar subirá 6 metros, mientras que el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) afirma que subirá 30 centímetros, 20 veces menos. Tenemos que mirar el problema con perspectiva. Si echamos un vistazo a los últimos 150 años, el nivel del mar también ha subido 30 centímetros. Algo similar ocurre con la subida de temperatura, que tampoco es tan catastrófica como apuntan algunos. En definitiva, el cambio climático es un desafío a nuestra civilización, pero no una catástrofe de proporciones gigantescas.
Entonces, tampoco creerá que el cambio climático esté provocando el aumento de otros grandes problemas, como los desastres naturales.
Así es. Hablemos por ejemplo de los huracanes en Estados Unidos. Es cierto que su impacto se ha incrementado dramáticamente en los últimos años, pero el cambio climático no tiene la culpa, sino que mucha más gente vive ahora en zonas con riesgo de huracanes. El Protocolo de Kyoto no habría salvado a Nueva Orleans del Katrina. Sin embargo, sus desastrosas consecuencias se podrían haber evitado con una mejora en sus diques y su mantenimiento. Por ello, si queremos reducir el impacto de esta catástrofe natural, no tenemos que potenciar políticas contra el cambio climático, sino construir mejores edificios, mejores diques, etc.
Otro ejemplo es el de la malaria. Mucha gente cree que con el cambio climático va a aumentar el número de personas infectadas, y por eso hay que invertir en políticas contra el cambio climático. Sin embargo, se trata de una forma ineficiente de combatir el problema: El mismo dinero para políticas contra el cambio climático, invertido en políticas contra la malaria, puede salvar 36.000 personas de esta enfermedad.
¿Cómo habría que combatir el cambio climático?
El problema es que se trata de algo caro. El Protocolo de Kyoto cuesta al año unos 180.000 millones de dólares. Incluso si todos los países llevaran a rajatabla los objetivos marcados por este protocolo, sólo se lograrían posponer los efectos del cambio climático siete días al final del siglo. Por ello, la cuestión es aplicar medidas más inteligentes y menos costosas económicamente. Una medida en este sentido es invertir más en I+D, en tecnologías energéticas, en energías renovables como el sol o el viento, en mejorar la eficiencia energética, en sistemas de captura de carbono. De esta forma, costaría dos veces menos y sería diez veces más eficaz. En definitiva, se conseguirían tecnologías medioambientalmente limpias cada vez más baratas y al alcance de todos, especialmente de chinos e indios.
Si el cambio climático no es la prioridad, ¿en qué debería invertirse entonces el dinero?
Según los resultados del Consenso de Copenhague (una iniciativa del gobierno danés y el propio Lomborg, con la participación de expertos, principalmente economistas, algunos de ellos premios Nobel), invertir en proyectos contra el cambio climático es poco efectivo puesto que sus efectos apenas se notarán y valdrán mucho dinero. En cambio, los proyectos que persigan la lucha contra el SIDA, la malaria y la malnutrición, así como la liberalización del comercio, deberían estar los primeros de la lista.
Usted ha criticado a las principales organizaciones ecologistas internacionales, como Greenpeace, el Instituto Worldwatch o la Unión Mundial para la Naturaleza (WWF). ¿Considera que sus afirmaciones están equivocadas?
Los ecologistas no están totalmente equivocados, y es bueno que existan. De lo que se trata es de saber si nos cuentan todos los puntos de vista, o si lo que nos dicen es exagerado y catastrofista. Pero no es un problema único de los ecologistas: Si se pregunta a los médicos en qué creen que es necesario invertir más, dirán que en hospitales; los profesores dirán que en escuelas; y los ecologistas, por tanto, en el medio ambiente. Por ello, para tomar buenas decisiones políticas, hay que escuchar más información, no sólo la que ofrecen los ecologistas.
¿Cuál es el papel de los consumidores en los asuntos medioambientales?
Los consumidores no tienen en sus manos la solución de los grandes problemas medioambientales, sino los gobiernos. Por ello, como parte de las reglas de juego democráticas, debemos estar totalmente seguros de que las decisiones que toman los responsables políticos no se basan en el pánico o en evidencias insuficientes.
¿Qué opina sobre los alimentos “ecológicos”?
La mayoría de la gente cree que comprando alimentos con la etiqueta “ecológica” está favoreciendo a su salud y al medio ambiente. En realidad, la producción ecológica en ocasiones es mejor, pero a veces también es peor para el medio ambiente, cuando por ejemplo causa diferentes enfermedades en muchos animales. Además, la agricultura ecológica es menos productiva, por lo que si se quisiera aumentar su cantidad habría que cubrir más áreas naturales. Pero lo más importante: Como son más caros, la gente compraría menos frutas y verduras, por lo que se estaría limitando una de las vías más importantes de evitar cáncer.
Los biocombustibles han sido objeto de crítica en los últimos meses. ¿No son tan ecológicos como lo plantean sus defensores?
En la actualidad son una mala idea, una forma ineficiente de conseguir combustible, y una forma de encarecer los alimentos. No obstante, hay buenas perspectivas con los de segunda generación.
¿Es optimista sobre el futuro de la humanidad y el medio ambiente?
Absolutamente. Sólo hay que fijarse en las mejoras producidas en los dos últimos siglos; también en el apartado medioambiental, en el que se han mejorado aspectos como la contaminación del aire. No obstante, no hay que olvidar los problemas de la actualidad, debidos principalmente a la pobreza y la falta de desarrollo. Por aquí tienen que venir los esfuerzos, para conseguir que las personas sean cada vez más ricas y no más pobres, lo cual no significa que haya que olvidarse del medio ambiente.
Artículo publicado en: Consumer Eroski
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