Me fui al bosque a buscar a mi doble.
Las hojas secas crujían bajo los pies
y las sombras de los árboles
bailaban la danza de los espíritus,
aullaba el viento hambriento
buscando mi alma.
Temblando levanté las piedras
y armé un nicho para los sueños,
sobre mi cabeza los árboles danzaban
la danza de los muertos.
No había nada que se me ocultase,
con los ojos cerrados podía ver todo,
lo negado y lo juzgado,
las verdades y los misterios.
No había nada sobre la tierra
que me fuese desconocido
mientras sostenía el cáliz
por sobre mí misma.
Y cada suspiro era un vaivén acercando y alejando
la fiera y la diosa
y por debajo de mis pies
los árboles silbaban la danza de las almas.
El bosque se cerraba hacia el norte
y abría una boca enorme hacia el sur ,
con sus dientes trituraban las respuestas
antes de que las vomitase el día
y escupía cascarillas de limón
en los hocicos de las bestias.
Por encima de mi cuerpo
los árboles danzaban el baile de la muerte.
Un lobo aullaba del otro lado del río,
el búho fijaba sus ojos en el espejo
y me alcanzaba la brújula
con sus patas.
Sus ojos fríos mirando al este
por donde caían los nidos.
Y los árboles silenciaban las alas y las almas.
Por tres veces bajé a los volcanes
y bebí de la copa del infierno.
Por tres veces me acurruqué detrás de la colina
y levanté mis brazos,
encendí con el fuego de mi pelo
la diadema del león erguido.
Siete veces miré la cara del oscuro,
siete veces recogí el fruto,
cerré los candados, me puse de pie,
enjuagué la máscara.
Siete veces me hice las preguntas
y dejé al silencio
sibilar entre las ramas
y subí los escalones, atrapé a la araña
en su cueva, me vestí con su traje
y volví al bosque.
Sobre mi vientre danzaban los árboles
la danza de la carne redimida,
y cuando desperté no quedaban
más que cenizas del viaje.
Todo estaba bien entonces
y pronuncié las palabras justas.
Y el mundo quedó hecho para siempre,
perfecto, elíptico, impredecible.
NANCY WILD
siete veces recogí el fruto,
cerré los candados, me puse de pie,
enjuagué la máscara.
Siete veces me hice las preguntas
y dejé al silencio
sibilar entre las ramas
y subí los escalones, atrapé a la araña
en su cueva, me vestí con su traje
y volví al bosque.
Sobre mi vientre danzaban los árboles
la danza de la carne redimida,
y cuando desperté no quedaban
más que cenizas del viaje.
Todo estaba bien entonces
y pronuncié las palabras justas.
Y el mundo quedó hecho para siempre,
perfecto, elíptico, impredecible.
NANCY WILD
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